El alcoholismo es una enfermedad crónica y
habitualmente progresiva producida por la ingestión excesiva de alcohol
etílico, bien en forma de bebidas alcohólicas o como constituyente de otras
sustancias.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) define el
alcoholismo como la ingestión diaria de alcohol superior a 50 gramos en la
mujer y 70 gramos en el hombre (una copa de licor o un combinado tiene
aproximadamente 40 gramos de alcohol; un cuarto de litro de vino, 30 gramos, y
un cuarto de litro de cerveza, 15 gramos).
El alcoholismo parece ser producido por la
combinación de diversos factores fisiológicos, sicológicos y genéticos. Se
caracteriza por una dependencia emocional y a veces orgánica del alcohol, y
produce un daño cerebral progresivo y finalmente la muerte.
El alcoholismo afecta más a los varones adultos,
pero está aumentando su incidencia entre las mujeres y los jóvenes.
El alcoholismo ha pasado a ser definido
recientemente, y quizá de forma más acertada, como una enfermedad compleja en
sí, con todas sus consecuencias. Se desarrolla en el transcurso de años. Los
primeros síntomas, muy sutiles, incluyen la preocupación por la disponibilidad
de alcohol, lo que influye poderosamente en la elección por parte del enfermo de
sus amistades o actividades.
El alcohol se está considerando cada vez más como
una droga que modifica el estado de ánimo. Al principio el alcohólico puede
aparentar una alta tolerancia al alcohol, consumiendo más y mostrando menos efectos
nocivos que la población normal. Más adelante, sin embargo, el alcohol empieza
a cobrar cada vez mayor importancia, en las relaciones personales, el trabajo,
la reputación, e incluso la salud física. El paciente pierde el control sobre
el alcohol y es incapaz de evitarlo o moderar su consumo. Puede llegar a
producirse dependencia orgánica (física), lo cual obliga a beber continuamente,
para evitar el síndrome de abstinencia.
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